martes, 6 de abril de 2010

El Presidente Morado, el Policía Rosado y el General Guillermo Guzmán Del Tiempo




El jefe de la Policía Nacional General Guillermo Guzmán Fermín es muy conocido como el jefe de “los cirujanos”. Un oficial “mano dura”, “gatillo alegre”; sin miramiento para ordenar “lisiamientos” y fusilamientos en plena calle, ni reparos para darle profundidad a las torturas y abusos policiales. Asunto de crianza y de formación “académica”. Su padre, General (R) Guillermo Guzmán Acosta, fue uno de los jefes policiales mas criminales en los terroríficos doce años de Balaguer y al parecer al hijo nunca se le ocurrió ser diferente. El modelo paternal lo marcó para siempre y para mal. Pero no solo: Guillermito hizo carrera policial con los “carabineros” chilenos de pura sepa pinochetistas y eso lo remarcó para siempre. Marca sobre marca. Sed de sangre y “escuela” para tomársela sin el menor pudor. Escuela de hogar y escuela de “academia”.

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Tan fuerte resultó esa “calaña” forjada en el hogar y en Chile que nunca pudo ocultarla. Como personerillo de esas lides, Guzmán Fermín siempre ha exhibido un lenguaje y una práctica represiva, en todos los casos disfrazada de “combate a la delincuencia” a como de lugar; aunque siempre sus víctimas y la de sus “equipos” de cirugía mayor y menor han sido delincuentes menores y personas inocentes, casi siempre personas muy jóvenes; salvo en el caso del llamado secuestro del joven Balderas, en el que sacó las uñas anti-izquierdistas contra algunos veteranos de litoral político-militar de grupos radicalizados y evidenció que tiene madera de “matón” en todas las vertientes del quehacer policial.

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Hasta ahí lo mas conocido de su persona, dado que la fortuna que venía acumulando la encubría con su condición de ingeniero subcontratista de los consorcios formados por altos funcionarios del gobierno del Presidente Fernández y grandes compañías constructoras. Mientras que el peaje que llega al cohollo policial por concepto de protección y asociación con todos los negocios ilícitos (rifas ilegales, robos, homicidios, puestos de droga, falsificaciones, redadas, protección de negocios privados, prestación de servicios policiales a empresas privadas, tumbes, contrabando, estafas, extorsiones, mordidas…) tiene un volumen enorme, pero es difícil de evidenciar. Por esa vía acumulaba fortuna al tiempo de presentarse como matón, pero no como ladrón. Duro frente a la delincuencia, desalmado en la represión, pero a la vez sustentador de una “recia moral”, por demás católica. Hombre de misa, rezos, confesión y comunión. Come hostia todos los domingos y fiesta de guarda. Hombre de familia, “duro” pero “serio”. En fin, bien almidonado y bien planchado. Pero sobre todo “enemigo a muerte del narcotráfico”, dispuesto a “romperle el espinazo” a ese “flagelo de la humanidad” y con “autoridad” para ambicionar el control de la DNCD, cuya imagen deteriorada en manos de las Fuerzas Armadas y muy especialmente de la Marina de Guerra, se prestaba a facilitar el traspaso a la Policía Nacional bajo su dirección, alejada de ese botín desde los tiempos de Descartes Pérez (primero) y Guerrero Peralta (después); ambos enriquecidos con su asociación a múltiples modalidades del negocio de las drogas ilegales.

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Al presidente Fernández le convenía ese traspaso del control de la DNCD al actual mando policial; por un lado porque con eso daba la imagen de estar dispuesto a relegar a los que en los últimos años se habían lucrado en grande con le manejo de ese organismo y, por el otro, porque ponía ese botín, quizás el principal botín del Estado, bajo el mando de un hombre también suyo, lo suficientemente maleado para darle continuidad a ese negocio en beneficio propio, de la autoridad suprema y de ciertos clanes policiales liderado por él. Así el jefe policial logró que el presidente designara al general Mateo Rosado, uno de los suyos, como presidente de la DNCD. EL jefe policial era a la vez un hombre muy pero muy del presidente de la República, con fuertes dependencias y además vinculado a las nuevas redes de la narco-delincuencia civil y estatal de alto vuelo. Antes de recibir la DNCD por disposición del Poder Ejecutivo, previa quemazón de los contralmirantes Ventura Bayonet y Gilberto Delgado, el general Guzmán Fermín se había cambiado clandestinamente su segundo apellido Fermín por Del Tiempo, aunque no se atrevió a colocarse el título de Marquez. Pasó a ser, en consecuencia, un alto oficial de alcurnia, bien relacionado, bien probado, ya no solo por sus deudas de sangre y su condición de matón, sino por su asociación con un narcotraficante aristocrático. Algo desconocido hasta hace unas semanas, pero sin dudas muy importante. En consecuencia libre de sospecha, a pesar de su proclamada decisión de enfrentar las mafias de la droga, verborrea común en las autoridades mas comprometidas en ese negociazo. El presidente estaba seguro de que ni Mateo Rosado ni Guzmán Del Tiempo osarían usar ese cargo para intentar pellizcar el narco-gobierno bajo su dirección y arbitraje. Los muchachos eran de su plena confianza y de la del “peje gordo” español, Arturo del Tiempo Márquez, quien a la sazón ya era “asimilado” de la Policía Nacional con rango de coronel (benévolamente denominado “policía honorífico”, aunque sin una pizca de honor).

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Esa “santa alianza” entre general rezador, bendecido por el Cardenal, el presidente rosadito denecediano del principal cartel nacional de la droga, el presidente morado, el Marquez Del Tiempo y otros allegados al inquilino de la “silla de alfileres”, se expresó en “daciones de pago” en especies (apartamentos de lujo en la Torre Atiemar) a favor del padre del nuevo sobrino del padrino español, de un testaferro del denecediano presidente rosado y de otros colaboradores íntimos del presidente morado; siempre a condición de que el Marquez del Tiempo pudiera contar con el carnet , la protección policial, de la DNCD y del Palacio Nacional. El general Guillermito Guzmán del Tiempo cumplió su compromiso protector, no solo con el carnet “honorífico”, sino además designándole un coronel como jefe de seguridad de la lujosa Torre Atiemar, compartida por todos desde que el presidente morado dio el primer picazo y alabó la “inversión extranjera” financiada por el próspero banco comercial del Estado (BANRESERVA) dirigido por un alto dirigente del PLD, incondicional del “jefe” de ese partido y del país. El general Guzmán del Tiempo, el presidente rosado del cartel oficial y el presidente morado le dieron garantía al Marquez español de que nada le pasaría por estos predios, lo que fue puesto a prueba cuando fue capturado en el Puerto Nodal de Punta Caicedo un embarque de cocaína de mas de 900 kilos a su nombre y el hecho fue meticulosamente silenciado por sus protectores oficiales.

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Lo que no calcularon los socios de aquí es que en alguna ocasión el Marquez del Tiempo podía ser atrapado con la mano en la masa antes de llegar con su carga a Madrid, justamente en el puerto español donde iban a parar sus cargamentos. Así aconteció con un nuevo embarque de cocaína, esta vez superior en kilaje (¡1200!) al capturado en Punta Caicedo con la venia rosada. Así la muralla del aristocrático castillo cuidadosamente construido con nuevas piezas, ese que reemplazaba en grande al de Quirino y al de Agosto, se derrumbaba junto a sus principales paredes. Su interior quedó al desnudo, en cuero, exhibiendo a todo dar sus impudicias oficiosas y oficiales. El Márquez se quedó sin el “fluj” de empresarios-inversionistas y tuvo que exhibirse en traje de presidiario. Su sobrino postizo, general Guzmán Del tiempo, se evidenció no solo como matón, sino también como figura relevante del narco-latricinio. El presidente rosado del principal cartel estatal de la droga mostró su condición de continuador de la obra (solo que para beneficio de otra pandilla) de los capos uniformados que le antecedieron en el cargo en representación de la Marina de Guerra. El presidente morado confirmó con creces su condición “capo de todos los capos”, de jefe supremo de todas las bandas, de jefe del narco-Estado dominicano, articulador y beneficiario de mafias civiles y militares, criollas y extranjeras. Solo que en lo adelante su ficha en Washington habrá de convertirse en una eficaz arma de chantaje de los jefes políticos de la DEA, organismo encargado de preparar las carnadas de los anzuelos que han servido para pescar presidentes junto jefes militares y policiales y ministros ambiciosos y angurriosos, y manipularlos a su antojo.